La semana pasada celebramos en la EOI una mesa redonda sobre «La revolución en el sector de la Edición digital». Estuvo organizada por Ana Noguerol, directora del módulo jurídico del Máster en Economía Digital e Industrias Creativas, a quien nunca podremos agradecer lo suficiente su implicación en el curso y su incondicional dedicación. En la mesa participaron Xavier Solá de casadellibro.com (@xavi_sola), Luis Collado de Google (@luiscollado), Jana González de bubok (@janagonzalezz) y David Sánchez de 24symbols (@davidsanchez71), y la charla estuvo conducida y moderada por Silvano Gozzer (@gozque) quien junto con Alberto Vicente (@alvicente) construye el fantástico blog Anatomía de la Edición, siempre repleto de informaciones jugosas y novedosas sobre el sector editorial, al que siguen muy de cerca.

De izquierda a derecha: @gozque, @xavi_sola, @luiscollado, @janagonzalezz y @davidsanchez71

Si alguna conclusión puede sacarse de lo que allí dijo este panel de expertos, es que el sector editorial se encuentra en pleno tránsito hacia el terreno digital—del que, incluso dentro de la propia industria tradicional, se tiene un profundo desconocimiento y hasta recelo—, que aún queda mucho por hacer, y que en el mercadoo hay sitio para todos. Realmente no se dijeron muchas cosas nuevas en la charla, o que al menos no supiéramos, pero sí fue interesante comprobar que la industria editorial comienza a captar los mensajes, y da algunos pasos en la dirección correcta sobre un camino que es de no retorno.

Para que vayáis directos al grano que más os interese, ahí dejo un índice del recorrido por este sector en plena ebullición que a mí personalmente me parece apasionante:

Xavier Solá: la satisfacción del usuario

Para Solá lo importante es la satisfacción del usuario. Atrás quedaron los tiempos en que para comprar un libro era necesario poseer varias cuentas de usuario, instalar software adicional como Adobe Digital Editions —yo mismo he tenido alguna experiencia negativa en este sentido— o no poder transferir el libro comprado entre distintos dispositivos a causa de protecciones DRM. Los clientes de La Casa del Libro dejaron muy claro desde el comienzo, vía encuestas, que les gustaba la experiencia que vivían en las tiendas físicas, y que demandaban poder comprar libros electrónicos de manera sencilla, en un sólo paso a ser posible —en esto Amazon lo ha bordado con su patentadísimo sistema de compras con 1-click— y sin tener que instalar ningún software adicional al estrictamente necesario.

Solá nos anuncia que paulatinamente darán más protagonismo a la zona Tagus en sus librerías físicas. Hace ya 7 meses que lanzaron su dispositivo de lectura, y están contentos con la experiencia. Como pequeña crítica, si se me permite, diré que el diseño de Tagus no me parece el más atractivo, y que su experiencia de uso no es la mejor —sobre todo comparada con la que ofrece Kindle de Amazon en cualquiera de sus modalidades— principalmente desde el punto de vista de la velocidad de respuesta.

La web de casadellibro.com también está cada vez más orientada al segmento digital de publicaciones —a pesar de que al realizar la búsqueda del libro «El Jardín Olvidado», de Kate Morton, aparece como primer resultado el libro en papel, y sólo tres puestos más abajo la versión electrónica—. Una de las apuestas más interesantes de esta empresa es la posibilidad de comprar libros electrónicos en modalidad prepago, utilizando unos tarjetones comprados en tienda. El sábado pasado me di una vuelta por el rincón Tagus de La Casa del Libro de la Gran Vía madrileña, y quiero pensar que la remodelación aún no ha pasado por allí. La zona no está en un área especialmente visible y de paso, está poco iluminada, y los contenidos del expositor están algo desordenados. La apuesta debería ser decididamente más firme.

Luis Collado: el acceso transparente y ubicuo

La postura de Google frente a los libros digitales pasa, como organizador de la información e intermediario omnipresente entre los creadores de los contenidos y los usuarios finales, por el diálogo permanente con todas las partes involucradas en la cadena de valor del negocio editorial. Su apuesta se basa en trasladar los hábitos de consumo del lector analógico al mundo digital; permitirle descubrir las obras, informarse, consultar al experto sobre el título más adecuado, y como paso fundamental y previo a la compra ofrecerle la posibilidad de ojear y analizar el contenido para que su compra no se convierta en un acto de fé —algo que yo he sufrido en mis propias carnes, ¡pobre iluso que gastó 21 euros en aire!—.

Otro de los puntos clave en el negocio de la edición digital a ojos de Google es la necesidad de formatos universales, independientes de la plataforma y del dispositivo, y que ofrezcan la posibilidad de lectura offline, sin necesidad de estar permanentemente conectado. No queda claro si esta necesidad señalada es un reconocimiento tácito del elevado precio de la conexión móvil para el usuario medio —al menos sin limitaciones a velocidad máxima de descarga— o una pequeña crítica indirecta a modelos basados en streaming de contenidos como el de 24symbols.

Jana González: entre dos mundos

Bubok es una empresa con doble vertiente en muchos sentidos. Son al mismo tiempo editor y librería. Disponen de libros tanto en papel como en formato digital. Nacieron como plataforma de autoeedición y ahora firman acuerdos con librerías y plataformas de distribución como Libranda para hacer llegar las obras de sus autores a cualquier rincón del mercado. Su camino ha sido inverso al de las editoriales tradicionales: son nativos de Internet, y han tenido que aprender sobre la marcha el funcionamiento de la compleja industria editorial.

Su modelo de negocio incluye una serie de servicios gratuitos para el autor que edita su propia obra y la pone a disposición de los potenciales lectores a través de su plataforma, perteneciéndole la potestad de decidir si lo hace de manera gratuita o de fijar el precio que estime pertinente. Por cada libro vendido el autor se lleva un 80%, y a través de este servicio central se articulan otros de pago, como el de servicios editoriales premium y asesoramiento.

Actualmente siguen vendiendo más libros en papel que digitales, aunque la demanda de estos últimos está en crecimiento —recordemos que la venta de libros electrónicos representa aproximadamente el 0,2% del volumen de negocio del sector—.

David Sánchez: la original aventura

En 24symbols opinan que el lector es soberano y debe poder decidir la vía por la que consume contenidos. En el mundo de la música existe gente que prefiere escuchar un poco de todo, que valora la variedad por encima de todas las cosas, mientras que los más fervientes seguidores de un grupo decidirán comprar su música. Es el modelo de Spotify, que ellos han intentado trasladar al panorama editorial con cierto éxito.

24symbols es una plataforma de lectura en modelo de suscripción fundamentalmente, y centrada en la nube para su funcionamiento. Su modelo de negocio es un freemium de manual: ofrecen un servicio gratuito que permite leer contenidos que se almacenan de manera cifrada en el dispositivo —no siendo manipulables por el usuario—, siempre y cuando se disponga de conexión a internet, se esté dispuesto a recibir publicidad en la pantalla, y no haya interés en salir del catálogo limitado de obras disponibles «gratuitamente». Estas limitaciones actúan de drive para motivar al usuario a saltar a la modalidad premium —que elimina las tres restricciones—, mientras que la sensación de acceso gratuito y permanente al contenido fomenta el boca a boca y la expansión de la base de usuarios.

El cambio de paradigma es claro y clave. El usuario ya no paga por la compra de obras individuales, sino por el acceso a un servicio, cuyo pago además se realiza de manera periódica y automática. Está por ver cómo las editoriales terminan de aceptar —y de comprender— esta nueva modalidad de venta de libros, en la que el «objeto» pasa a ser un «servicio». El resto de miembros de la mesa observaban esta modalidad con cierto escepticismo, aunque aplaudían la iniciativa de 24symbols por explorar nuevos territorios en el mercado literario digital. Todo está aún por ver.

Cosas que nunca nos dijeron

El turno de preguntas estuvo muy animado, y cuando menda se dispuso a lanzar su batería de cuestiones resultó haberse hecho demasiado tarde. Aquí dejo las 4 preguntas/reflexiones sobre las cuáles me habría gustado oir alguna opinión desde la mesa.

El oscuro futuro de las pequeñas librerías

Las pequeñas librerías, esos acogedores establecimientos impregnados de olor a tinta y papel, parecen estar destinadas a la extinción. Poco a poco van desapareciendo de nuestros barrios, obligándonos a buscar ese servicio de recomendación, ayuda e incluso inspiración en los grandes almacenes y las grandes librerías que, como La Casa del Libro, aún sobreviven. Parece que una de sus posibles vías de salvación pasa por la especialización. Algunas clásicas madrileñas, de tamaño mediano, como Díaz de Santos, la internacional Pasajes o Fuentetaja aún sobreviven —y a ver si esta última arregla su web—, y a pesar de que me faltan datos para valorar la salud de estos negocios, todo indica que estos modelos de negocio han hecho fortaleza de su especialización en los dos primeros casos, y de la organización de talleres y seminarios formativos en el segundo. La primera incluso vende e-books, pero ha recurrido al molesto sistema DRM de Adobe Digital Editions.

En mi barrio aún queda una, El Buscón. Allí compraba yo cuando niño mis colecciones de la Dragonlance, mi trilogía de El Señor de los Anillos o esos libros naranjas de Juvenil Alfaguara que comenzaba a devorar incluso antes de llegar a casa —Charlie y la Fábrica de Chocolate, James y el Melocotón Gitante, Momo, Canción de Pentecostés… ¿o los compraba en Gamarra, que ya no está…?—. Los estoy viendo en mi estantería.

Las obras de «peso», como la colección completa de Julio Verne, me las compraban mis padres en la Cuesta de Mollano —donde, paradójicamente, se hizo durante mucho tiempo de la crisis de muchos un negocio—. Pero, ¿qué están haciendo los pequeños libreros para adaptarse? ¿Es que pueden hacer algo? ¿La única compra de libros posible será en Red? ¿La única recomendación posible será social? ¿Sólo les queda seguir quejándose? Creo que estos pequeños establecimientos aún pueden quemar sus últimos cartuchos, y a mí me gustaría tener un proyecto al respecto 😉

La dependencia de la capa social

Mucho se habla de la importancia de la capa social en cualquier experiencia de lectura —y de consumo de contenidos digitales en general—, pero poco se habla de la dependencia que esto supone para cualquier modelo de negocio. Comentar con, recomendar a, y saber de lo que leen los amigos, es una práctica que parece haberse instalado en nuestros hábitos de consumo de contenidos digitales, pero la utilización de los servicios de una Red Social tiene un precio. Y si no lo tiene, muy posible acabará teniéndolo.

Algunos servicios como libros.com tienen una componente marcadamente social, otros como como el ecosistema Kindle de Amazon permiten compartir marcas y comentarios con miembros de la comunidad, aunque no se les conozca —basta con que tengan el mismo libro que tú—, la recién nacida widbook permite crear libros de manera colaborativa, publicarlos e interactuar con otros autores, y los más grandes como Google —esa joven aunque sobradamente crecida startup…— han construido su propia capa social sobre el núcleo de su negocio de manera que lo impregna todo; desde los resultados del buscador, hasta su plataforma de compras Play. Tenemos Google+ hasta en la sopa. Pero, ¿qué pasa con las que dependen de terceros en su modelo de recomendación y difusión de contenidos?

Y yendo un poco más allá está la discusión de qué se puede compartir y qué no en una red social. Y aquí surge el siempre peliagudo tema de la legislación. Mientras que en EE.UU. es posible compartir un libro Kindle con amigos durante 14 días, y algunas aventuradas editoriales como Hachette comparten capítulos enteros de sus novedades en Facebook a modo de previsualización y prueba —¡bravo!—, no está claro que nuestra ley de propiedad intelectual patria permitiera aquí la traslación directa de estas prácticas. ¿Cómo acometer el «problema social»? ¿Cómo pueden las editoriales aprovechar las redes, no sólo para publicitar sus contenidos y conocer a sus usuarios, sino también para incrementar sus ventas?

Los jardines vallados

Todo el mundo parece de acuerdo en que el acceso a los contenidos ha de ser ubicuo y multiplataforma, y que el usuario ha de poder dejar su lectura en el iPhone a mitad del capítulo 2 al salir del metro, y retomarla más tarde en casa desde su tableta Android, exactamente en el mismo punto donde la dejó. ¿Pero qué pasa si el usuario quiere leer su e-book Kindle en la aplicación Stanza para iPad, o en Aldiko para Android? La respuesta simple en dos palabras: no puede. ¿Y puede imprimir acaso un capítulo, una página, o la portada del libro? Respuesta simple en una sola palabra: tampoco.

Vemos por tanto que la libertad a la hora de comprar un libro electrónico no es total. ¿No deberían los precios considerar, no sólo el ahorro que supone el proceso de edición, fabricación y comercialización de un libro electrónico, sino también la cantidad de cosas que antes podíamos hacer con nuestras posesiones, y ahora nos son en muchos casos prohibidas? La casa del Libro y O’Reilly se dieron cuenta hace tiempo de que ecosistemas demasiado cerrados no son buenos, y su ejemplo sigue cundiendo. ¿Por qué otros no hacen lo mismo?

Los incipiences nuevos editores

Son muchos los que alertan sobre los pasos de Amazon en la dirección de convertirse en un editor global. Y no sólo en el terreno de la autopublicación o en el de los libros en papel a través de su unidad editorial, sino también en libros electrónicos. En abril conocíamos el acuerdo firmado por Amazon con los herederos de Ian Fleming por 10 años para publicar 14 libros de James Bond en EE.UU., y esta misma semana conocíamos que ha adquirido los derechos de publicación de más de 3.000 títulos mediante la compra de la editorial Avalon.

Si una de las limitaciones del mercado español es el precio fijo de los libros, determinado por el editor, ¿qué implicaciones tendría que el editor fuera al mismo tiempo el dueño de un canal de distribución y comercialización tan importante? ¿Qué pasaría si el editor controlara toda la cadena, la selección de las obras, la edición, el precio, la comercialización…? ¿En qué lugar quedarían los libreros que hoy día tanto se quejan de las prácticas de Amazon de infringir supuestamente la ley de precio único?

Creo que en este sentido las grandes editoriales tienen que reaccionar rápida y contundentemente, (i) desplegando tiendas online realmente prácticas, atractivas y usables; (ii) compitiendo con dispositivos actualizados, estéticos y económicamente interesantes; (iii) aprovechando la red de librerías españolas para impulsar la utilización de este nuevo mecanismo de consumo de contenidos digitales, atrayendo al público que aún resulta más reticente; (iv) aportando servicios de valor añadido sobre el propio dispositivo y la propia plataforma, como la posibilidad de consumir fácilmente cualquier tipo de contenido en nuestro e-reader o tableta; y (v) entrando cuanto antes en otros mercados en los que Amazon aún no ha asentado firmemente una pata, como los de América Latina. Internacionalizar antes de que otros lo hagan.

Como conclusión, ¿cómo vemos el futuro de la edición digital? ¿Incierto? No. Simplemente entretenido.